“Tres Puñaladas”
“Tres Puñaladas”
Sin merecerlo, en la espalda, tres puñaladas me diste. La primera penetro mi corazón. La segunda daño mi mente. La tercera, de mi alma, mi amor por ti arranco, dejándome decepcionado y triste.
Sin merecerlo, en la espalda, tres puñaladas me diste. La primera penetro mi corazón. La segunda daño mi mente. La tercera, de mi alma, mi amor por ti arranco, dejándome decepcionado y triste.
Me citó en nuestro lugar secreto pero nunca llego. Lo esperé hasta muy tarde. Dias después, en un texto, me dijo adiós y me confesó que me engañó. Es un cobarde.
Antes de conocer el sufrimiento, el niño era feliz. Nunca le faltaba su alimento y siempre se veía alegre y contento. De repente, su vida cambio. A su madre y a él, por otra mujer, su padre abandono.
Aún era un niño cuando esto paso. No sabia por que su madre ya no sonreía. A caminar con él, ella ya no salía. Le molestaba todo, hasta la luz del día. Era muy joven para comprender lo que es la traición pero si sabia que su madre tenia roto el corazón.
Por muchos años, el sufrió. Aún mas, cuando su madre murió. Sin pensarlo dos veces, aquel hombre cobarde, por siempre, dos vidas cambio. En ocaciones, en silencio, él en su padre pensaba. No creía todas la cosas que la gente de él le contaba.
Hoy, ese niño ya es un hombre. Ya no piensa en su padre. Cada año, para celebrarle su cumpleaños, con una rosa blanca, visita la tumba de su madre.
Mientras yo trabajaba, con su amante, en un hotel cercano, mi esposo me engañaba.
Para el día de la madre, traición y engaño fue mi regalo en el mes de Mayo. Al recibirlo, de la enorme sorpresa y decepción, casi me desmayo.
Mientras yo trabajaba, en mi corazón, la alegría lentamente se apagaba. Sin entender lo que en ese momento me pasaba, hoy me di cuenta que de su traición, mi corazón me avisaba.
‘Una familia perfecta’, de nosotros, la gente pensaba. Que un hombre y padre ejemplar como el me hiciera esto, ni en mis peores pesadillas, yo me lo imaginaba.
“Contéstame mi amor”, son palabras que aunque yo quiera, de mi mente no puedo borrar. Las encontré en su correo de voz cuando la verdad me puse a buscar.
Le entregue catorce años de mi vida, durante cuales nunca le falto nada. Diariamente le preparaba su comida y siempre le tenía su ropa bien planchada.
Juntos creamos dos nuevas vidas. Dos angelitos que aún están pequeños son mis razones por vivir. Su futuro me preocupa y por ellos haría cualquier cosa para sacarlos adelante. Estoy muy confundida y no sé qué hacer. ¿Sera que si lo perdono se olvidara de su amante?
Sin que mi digan una palabra, sé que mis dos angelitos sienten mi dolor y tristeza. Desde ese oscuro y triste día, extraño sus sonrisas y su brillante alegría. En ocasiones, el mayor me dice, “Mama, quiero mucho a mi hermanito. Me gusta mi familia”. Estas palabras quizás me ayuden a perdonar a mi esposo algún día.
De tu traición, y del día de nuestra separación, muchos años han pasado. Según tú, de mi cuerpo y de mi ser, aún sigues adueñado. Pues con respeto, firmeza, y con mucha más fuerza de la que tu usabas para opacar mi persona, mi ser, y mi valor como mujer, hoy te digo, ¡estas equivocado!
Lo sabes, pero no lo quieres reconocer. El que tiene dueño, eres tú. No uno, sino varios. Te domina la droga, el alcohol, y quizás hasta tu nueva mujer. Como no te imaginas, yo te adore. Una pequeña muestra de mi gran amor por ti, son tus tres hermosas hijas, que en mi vientre lleve.
Mi dueño. Por buscar la felicidad, y por rehacer mi vida, permiso no te pido. A tus tres hijas, por verme feliz, les gustaría que un hombre nuevamente me hable cosas bonitas al oído. A ellas, les duele el pensar que por hacerlo, tú me hagas daño. ¿Qué es lo que corre por tu mente? Recuerda que fuiste tú el que me engaño. A ti, a pesar de tu traición, nunca te desee una maldición.
Mi dueño. Me gustaría que tus hijas no tuvieran este temor, y que siempre te recordaran con cariño. Platicando con ellas de mi futuro, nunca me he atrevido a contarles que muchas noches, con nuevamente encontrar la felicidad, yo sueño.
Yo fui testigo señores, de estas crueles palabras, dirigidas a un niño, a niño apodado, El Hijo Ajeno.
“Lárgate de mi casa! Lárgate y busca a tu padre! Que yo en mi casa, ya no te quiero.”
El niño salió llorando. Por las calles caminando, del pueblo no se alejó. En su corazón sentía, que su padre ahí vivía, por eso no se marchó.
Con el tiempo, se hizo hombre. Lo contrario de aquel pedazo de gente, que un día a la calle lo echo.
Sin planearlo, un Domingo, saliendo de misa, con su padre se encontró. Como testigo fui de aquellas dolorosas palabras, también lo fui en las siguientes:
“Padre, te perdono. Aunque mi madre te engaño, siempre será mi madre. Y tú, en las buenas y en las malas, siempre seguirás siendo mi padre.”
Por ayudar, extendí una mano y abrí mis puertas a una mujer en su momento mas sufrido. Con su experiencia de la vida, en corto tiempo, destrozo mi hogar y sin hacer mucho ruido. Tres meses después, en busca de su nueva aventura, se marcho con mi marido.
Sin conocer de su pasado y sin pensarlo, le brinde mi confianza y le ofrecí mi amistad. Que de ella me cuidara, hay quienes me aconsejaban. “No es lo que aparenta”, es lo que muchos me contaban. Quizás en esos momentos yo ciega me encontraba. Pues en ella, solo miraba un mujer responsable, pues en mi oficio, ella me ayudaba.
Cuando la herida esta tierna, no es fácil confiar nuevamente en la gente. Me di cuenta que mi corazón es muy grande y su ternura muy brillante. Intente aislarlo en los rincones mas obscuros pero su luz penetraba hasta los mas fuertes muros.
Por ayudar. Aunque no siempre, tristemente, existen ocasiones donde nos toca llorar. Me hirieron. Sufrí. Llore. Aprendí. Sane. Y quizás lo mas importante, sin esfuerzo alguno, gane!